Pero ya era tarde.
Su sonrisa me hacía enloquecer. Su actitud indiferente me dejaba muy claro lo mucho que me había engañado a mi misma. El amor no era algo que tuviera espacio en su vida y, desde luego, no era yo la mujer que podía cambiar ese hecho. Y a mi me sucedía exáctamente lo contrario, bueno, obviamente era mi problema. Él no quería enamorarse, y yo tendría que haberlo visto desde el principio, pero ya era tarde.
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